Nunca, nada, nadie.
Nada importa cuando los clavos de la incertidumbre apuntalan tus certezas contra el muro del olvido. Nada importa cuando en mil trocitos rompes, contra el suelo, esas lagrimas de hielo que arroja el iceberg de tu mirada.
De nada importa anclarse, ni aferrarse, ni fundirse con el hierro de las bastas armaduras. De nada vale hundirse en las arenas movedizas ni rendirse ante las rejas de una cárcel.
De nada ni de nadie vale la pena esconderse, mientras dure tu camino no encontraras mayor grandeza que la de mirar con orgullo a los ojos de todo aquello cuanto te rodea, de pensar en lo que abunda tras la fina y sutil línea del horizonte.
De soñar, de reir y de volar que nadie te aparte jamas, ni de sufrir, ni de sangrar, ni de llorar, que nadie te arrebate el derecho a sentir este desdichado mundo.
Nunca me he creido las mentiras de mi lengua vagabunda, mucho menos me he creido las verdades que atestiguan mis retinas, pero al fin y al cabo siempre me he caído en las aceras, voraz y extenuado, tras dejar que los trileros una y otra vaz, me arrebatasen esta enclenque sombra, deslumbrada una vez mas por la fragil voluntad que me sostiene.
Nunca he claudicado, nunca me he rendido, jamas he declarado en favor ni en contra de mis actos, de mis actos incesantes, afilados y desnudos como cuchillos hambrientos o como espinas en un cactus malherido, mis actos, esos que me han hecho sentir con su dolor la inescrutable vida.
Por que nunca, nada, nadie me ha hecho sentir peor de lo que yo me he hecho sentir a mi mismo.
Nunca, nada... Nadie.
Belo.
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